EEUU, EUROPA Y HAMILTON / Josu de Miguel Bárcena

05.08.2020

Muchos han venido señalando que el acuerdo del Consejo Europeo para la Nueva Generación, que incluye un Fondo para la Recuperación y Resiliencia, tiene un carácter histórico por el montante alcanzado y porque será la primera vez que la Unión se endeude masivamente a través de un Tesoro que pone la semilla para una futura unión fiscal. Es, sin duda, una gran noticia. Ciertamente, al margen de reflexiones económicas, no puede dejar de destacarse la pericia y capacidad de innovación de la Comisión Von der Leyen, que a partir del artículo 122 del Tratado de Funcionamiento ha ideado una fórmula para que la Unión afronte globalmente una crisis como la que puede provocar la pandemia coronavírica.

Ese carácter histórico se ha condensado en la noción ‘momento Hamilton’. Veamos en qué consiste dicho momento. Durante el primer mandato de George Washington, el por aquel entonces secretario del Tesoro norteamericano, Alexander Hamilton, impulsó un plan para que el Gobierno federal se hiciera cargo de las deudas de los Estados y se diera solvencia al sector privado ante la crisis financiera que sufría la joven república. El resultado fue una ampliación de las facultades fiscales del Gobierno federal y la creación de un Banco de Estados Unidos. La aprobación del plan la llevó a cabo el Congreso y contó con la oposición de otros miembros del Ejecutivo federal, como fue el caso de Thomas Jefferson.

Con ello se inauguraba la famosa doctrina constitucional ‘de los poderes implícitos’, favorable a la centralización de facultades en la Federación. Sin embargo, el momento Hamilton que acabamos de describir no tuvo un despliegue lineal: en 1837 comenzó una crisis de liquidez en varios Estados, interviniendo inicialmente el Gobierno de Andrew Jackson hasta que se acabó el dinero. Entonces se dejó quebrar a varios Estados, imponiéndose una nueva perspectiva política que aún perdura: a partir de ese momento se establecerían mecanismos legales de estabilidad presupuestaria, se diversificaría la compra de deuda y se llevarían a cabo políticas fiscales equilibradas. La consecuencia de todo ello es que el actual Código Federal no permite que se rescaten Estados, sino únicamente municipios.

Esta es una perspectiva opuesta a la europea. En nuestra Unión se rescatan los Estados -desde la crisis de 2008 han sido varios los países rescatados, entre ellos España- a cambio de condicionalidad política. Con ello se pretende que el manejo de la economía comunitaria no se aleje demasiado de la disciplina del mercado a la hora de medir los comportamientos fiscales -riesgo moral- de un Estado miembro. Pero hay otra razón para que la Unión no abandone la tan temida condicionalidad, incorporada finalmente al acuerdo del último Consejo Europeo para que en el marco presupuestario se liberen fondos a cambio de planes de reforma: a diferencia de Estados Unidos, la Unión Europea no contaba hasta ahora con estabilizadores automáticos para intervenir, mediante distintos instrumentos, en las variables que sirven para gestionar la economía.

Esos estabilizadores van, sin embargo, tomando cuerpo con las iniciativas tomadas desde hace diez años: políticas monetarias expansivas del Banco Central Europeo, programas sectoriales asociados a la innovación y ahora aumento de los recursos propios mediante nuevos impuestos y embrión de deuda que servirá para poner en marcha una especie de gobierno económico continental. Como en el caso norteamericano, sería deseable que fuera la propia Unión, a través de su administración y un poder institucional cada vez más fuerte, la que ejerciera por sí misma las competencias a partir de una relación cada vez más democrática entre el Parlamento y la Comisión. Ello permitiría que los gobiernos nacionales llevaran a cabo sus políticas públicas a partir del principio de responsabilidad, asumiendo los compromisos dispuestos en los Tratados y siendo conscientes de que, en caso de mala praxis interna, no habrá ni rescate ni condicionalidad, sino una Unión que tomará su lugar para proteger los intereses y el bienestar de sus ciudadanos.

Queda mucho para ese escenario. Mientras tanto, en España hay que dejar atrás el autobombo por los buenos resultados obtenidos en la cumbre comunitaria y asumir colectivamente los principios de lealtad y cooperación federal que siguen brillando, pese a las discrepancias, en la propia Unión. Imaginen por un instante que un Consejo Europeo, donde nos jugábamos la existencia del proyecto comunitario, hubiera estado precedido por amenazas de no asistencia y chantajes institucionales de gobiernos nacionales que quisieran acuerdos económicos a la carta. Pues bien, esto es nuestro país hoy: un Estado desconcertado, incapaz de convocar una Conferencia de Presidentes sin generarse tensiones territoriales y donde la solidaridad, incluso en momentos tan trágicos, brilla por su ausencia. Ni que España estuviera llena de holandeses.