EUSKADI ES DISTINTA / Antonio Rivera Blanco

LO FEDERAL EN LOS MEDIOS

30.04.2019

El País Vasco, junto con Cataluña y Navarra, constituye la excepción significativa que contrasta con el uniforme escenario resultante de la victoria socialista del domingo. En nuestro caso parecen reiterarse tendencias anteriores que marcan una clara hegemonía del Partido Nacionalista Vasco, junto con una posición cada vez más consolidada de la Izquierda Abertzale. Está claro que estamos en un escenario post terrorista que no tiene ya ninguna consideración con lo ocurrido en los pasados decenios. Quien no se acomoda a esta nueva circunstancia simplemente queda laminado.

Es el caso de la derecha españolista, que no solo ha desaparecido del escenario, sino que ha contribuido directamente a los buenos resultados de sus oponentes nacionalistas vascos, ya sea en su versión moderada o en la más radical. Lo que llamamos ‘trampa de Don Pelayo’ se ha cumplido por completo: lejos de ampliar su electorado, la radicalización de la derecha ha reactivado la opinión pública contraria y ha llenado los bolsillos de los nacionalistas de enfrente hasta dejarle fuera del reparto de escaños. Es una nueva confirmación de que el papel moderado que viene manteniendo el PNV le reporta extraordinarios beneficios. Sin embargo, ese argumento no sirve para explicar el crecimiento de Bildu en las tres provincias y también en Navarra, así como su incremento de diputados. Posiblemente estemos ante un reparto de la gran cantidad de votos perdidos por Podemos que, en el caso vasco, no se dirige exclusivamente hacia los socialistas, sino que se distribuye en proporciones todavía ignoradas también entre las opciones nacionalistas. El votante vasco se permite distinguir entre una y otra elección y no tuvo ningún problema en hacerlo en la anterior hacia la novedad del partido de Pablo Iglesias y en esta regresar en buena parte a sus lugares de origen.

Los socialistas, con volver a tener un buen resultado, debieran mostrar alguna preocupación de cara a las elecciones del próximo mes. Las legislativas son siempre las más favorables a su opción y en este caso los más de diez puntos de ventaja de los de Urkullu y los solo dos o tres que han obtenido respecto de sus inmediatos perseguidores en una noche electoral exitosa en toda España indican que el buen resultado vasco se soporta en demasía en el llamado ‘efecto telediario’ y no tanto en la presencia social de ese partido o en su solidez como opción para la ciudadanía. Podemos mantiene su posición destacada en Euskadi, después de perder un tercio de su electorado. Es pronto para saber si su proyecto se puede consolidar de alguna manera aquí, pero también para ellos las próximas elecciones locales y forales no son las mejores porque en la última legislatura su papel ha sido de oposición y bastante marginal. Con el extraordinario caudal de votos que obtuvieron en los años pasados no han llegado siquiera a jugar el rol que tuvo Izquierda Unida con muchísimos menos sufragios. Tocar algo de poder y asumir determinadas responsabilidades les podría proporcionar en Euskadi la posibilidad de probarse como un partido también de gobierno y no solo como una vía de escape para nuestra perenne sociedad insatisfecha.

En todo caso, más allá de la suerte de unos y de otros, lo significativo es cómo se asienta aquí una opción moderada capaz de captar votos a diestro y siniestro,  de representar una política conservadora, pero con posibilidades de gestión típicamente socialdemocrata, y, además, pasar por ser una opción de sólido arraigo popular e interclasista. El óbolo que paga cualquier gobierno español por tener tranquila a la minoría vasca es perfectamente sostenible en los términos de la economía española, pero anula por completo aquí las posibilidades de una alternancia política al entregar su favor a esa opción y no a sus correligionarios vascos. Primar las necesidades del gobierno frente a las del caserío es algo factible mientras que el resto de regiones no lleguen a la conclusión de que ese juego de poder y de clientelismo soportado en el acceso a favores colectivos también puede extenderse a ellas. En ese momento, definitivamente, las posibilidades de gestionar España serán nulas, como lo son cuando se ha presentado la demanda de una región que supone un quinto de la economía nacional.

Por eso, las dificultades de gestión, no del gobierno, sino de la situación de profunda crisis territorial del país, invitan como nunca a plantearse otras alternativas de gestión de este. En ese sentido, no es una mirada de parte plantear que el camino hacia el federalismo en absoluto incrementaría las diferencias entre territorios que tanto asustan a la ciudadanía española, sino que pondría claro, negro sobre blanco, cuáles son las jurisdicciones, derechos y responsabilidades de cada uno, del gobierno federal y de cada una de las federaciones. Para ello, obviamente, se necesita el difícil concurso de unos nacionalistas vascos o catalanes que verían ahí un acotamiento de su perpetua demanda, y el no menor de una derecha auténticamente liberal española que todavía piensa que la palabra equivale a disgregación. Más les valdría a unos y a otros revisar el envés de ese término. En el primer caso, para los nacionalistas, supondría dejar de discutir acerca de cuáles son las posibilidades de acción de cada cual. Para los españolistas sinceros, constituiría la opción adecuada para un momento como el presente en que la gestión territorial de España empieza a ser con seguridad un problema casi irresoluble. En medio, por supuesto, necesitaríamos que un gobierno socialista dejara de ser ese partido formalmente federalista que nunca quiere en la práctica llegar a la Federación.